
Uno anda ya curtido en mil batallas cinematográficas, hemos visto amputaciones, decapitaciones, torturas, vejaciones, violaciones, pero basta un solo esbozo de la realidad para venirse abajo y llorar como un niño otra vez.
Viene esto al caso porque el otro día vi en la tele un reportaje sobre la guerra en la ex-Yugoslavia. Dios, qué imágenes. Y éramos nosotros: nuestro tiempo, nuestra cultura, nuestros vecinos, nuestra manera de vestir, nuestros coches, nuestras casas... y no era una película.