lunes, 31 de diciembre de 2018

Pons-Ferrata


"El que tenga inteligencia, calcule el número de la bestia salvaje, porque es un número de hombre; y su número es seiscientos sesenta y seis"

Apocalipsis

sábado, 13 de enero de 2018

Un cachito de felicidad

Me gustó el tema y, como no disponía de cámara cerca y sí de teléfono móvil, encuadré y disparé. Según la vi, la palabra felicidad acudió a mi mente, y es que pocas cosas bastan para gozar de un instante perfecto: un libro, un café, una buena compañía...

miércoles, 7 de junio de 2017

La vieja hada y el capitán


Madrugada de verano de hace unos años, en la Gran Vía. Un grupo de amigos nos despedíamos después de tomar unas copas. De pronto, una anciana se acercó suavemente a nosotros, una anciana frágil y cálida, sonriendo como una vieja hada de la noche. Quería vendernos un clavel de un ramo menudo que sostenía en la mano. Una imagen semejante a la de muchas noches de cualquier ciudad, la mujer que trata de vender flores. Pero ella no era una más, una de esas jóvenes extranjeras y tímidas. Ella estaba en cambio al borde del final de su vida, y los cleveles que llevaba eran falsos, no reventonas flores de pétalos carnosos y aromáticos, sino horrendos claveles de plástico rojo, absurdamente artificiales junto a su piel arrugada.

 Cada uno de nosotros le dio alguna moneda a cambio de uno de aquellos espantajos. La anciana y su sonrisa se alejaron silenciosamente. Y yo, acobardada por la rara tristeza que provocaba su presencia, no me atreví a preguntarle nada de lo que tanto me hubiera gustado saber: ¿Quién era? ¿Cómo había sido su larga vida? ¿Por qué razón caminaba a las 4 de la mañana por las calles, vendiendo flores de plástico?

Me he acordado de ella hace unos días, al ver en la prensa la foto de Aleksander Pakhutchiy. Es un hombre de rasgos eslavos muy marcados, un hombre de bien, creo. Seguramente, un buen capitán. Pakhutchiy se negó durante nueve días a abandonar el cargueo que comandaba, encallado en la ría de Avilés, a pesar del riesgo de que su ruinoso buque se partiera en dos. Pero ese no era el gesto épico del capitán unido hasta el final a su barco, sino tan sólo el acto tristemente desesperado y prosaico de un hombre al que el armador debe el sueldo de varios meses. Pakhutchiy lleva treinta años en la marina mercante rusa y ha adquirido la suficiente experiencia para alcanzar la máxima graduación. Sin embargo, algún camino fatal acabó llevándolo a bordo de un mercante en ruinas, un buque oxidado e inútil, propiedad de un armador desalmado. Al fracaso.

Al día siguiente de ser por fin rescatado y trasladado a la Casa del Mar de Avilés, en el teatro de esa misma ciudad actuaba el Ballet del Hermitage de San Petersburgo. Oh, sí, todos esos jóvenes de cuerpos impecables, todas esas bailarinas etéreas soñando con un futuro de éxitos y bienestar, como supongo que soñaría el capitán Pakhutchiy cuando embarcó por primera vez a los veinte años, como tal vez soñara la anciana de los claveles en algún momento, cuando quizás era bella y deseada, igual que una flor reventona de pétalos carnosos. Pero ¿quién puede controlar la vida, el irreparable error de ciertos pasos, la persistencia del destino anhelado una vez que el mal viento ha comenzado a soplar?

No sé qué harían mis amigos con los suyos, pero yo coloqué mi horrendo clavel rojo de plástico en una estantería, junto a algunos de mis más queridos libros. A menudo lo miro, y me parece hermosísimo  por todo lo que contiene, todas las ilusiones y las penas que ella, la vieja fracasada de la noche, le confirió.

Ángeles Caso.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Claustrofobia


En la discordia de las apariencias, en el rincón donde agoniza la realidad, en el excipiente sueño de los diatónicos besos que no te di, o en el ecuánime suspiro de los reflejos del alba, en ese laberinto que trazas con tu voz y hasta en la inspiración de mi alma, sólo alucino creyendo en ti.

En las pesadillas que disgregan el reflejo del espejo, en los repliegues de la memoria, en la única salida del abismo, en los confines del infierno, o en la tumba donde aún agoniza mi fe, sólo vivo esperando un sí.

En los bordes del abismo, en el confín del horizonte, en el perfecto caos de la muerte en la traición de tus labios, en las mentiras de tu boca, y en el rechazo de tus ojos, conservo la ínfima esperanza de estar dormido.

En la habitación donde el miedo me obliga a refugiarme, en el respaldo de los sueños, en el cataléptico estado de mi ser, en los enfoques del recuerdo, en tus ojos y en tu actos ambiguos, sospecho que cada sonrisa es tu forma de confundirme.

 Quiero recordar las palabras que quise decir, quiero olvidar el dolor que pude sentir, quiero pensar que todo fue leal, aunque hoy despierte con claustrofobia al mundo real.

Jack, "Claustrofobia" (Poemas del Alma).

domingo, 28 de septiembre de 2014

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Antonio Machado.

sábado, 16 de agosto de 2014

Castrillo de los Polvazares


"Las imágenes son lo único que me interesa: la cámara es sólo una herramienta que sirve para hacer una tarea."

Giles Norman

jueves, 14 de agosto de 2014

Breve paseo por Candás

En un reciente paseo por la villa marinera de Candás hice varias fotos, de las que destaco estas:

Este edificio no sé lo que fue en su día, pero me llamó la atención. Tengo que investigarlo mejor en otra ocasión.


Aunque este tipo de fotos quizá se preste más a ser reproducida en color, había gran cantidad de tonos chillones tanto en las boyas que rodean el barco como en la costa que desviaban un poco la atención. Al pasarla a blanco y negro, creo que la atención se centra un poco más en el conjunto barco-costa-cielo.


Aquí me ocurrió justo lo contrario. Me llamó la atención el colorido de algo a priori tan gris como una estación de tren. El vagón con los grafitis me vino que ni pintado ;)